lunes, 17 de febrero de 2014

Los buzos a los que nadie enseña a nadar, obligados a sobrevivir dentro de la basura

                
UNOS SON DESCONFIADOS, SE NIEGAN A DAR ENTREVISTAS; OTROS HAN PERDIDO TODA INOCENCIA, PIDEN DINERO PARA OFRECER SU TESTIMONIO; CASI TODOS ADMITEN QUE ESTÁN ARMADOS PERO MILAGROSAMENTE AUN SONRIEN Y MANTIENEN EL SENTIDO DEL TRABAJO HONRADO

Vienen de diferentes barrios pobres que se encuentran en la periferia del vertedero Duquesa,  como Mata de San Juan, Los Cazabes, Los Alcarrizos y Pantoja. Les llaman buzos aunque tal vez ni sepan nadar. No han tenido muchas oportunidades  para disfrutar de lo que hacen los niños o los jóvenes de sus edades.
Trabajan dentro de lo que para la mayoría de la gente sería una pesadilla, hurgar en medio de toneladas de basura hasta encontrar materiales  que se puedan vender.  Pese a ello, aún se ríen y cantan incluido un rap contagioso que acusa al síndico de Santo Domingo Norte y defiende  a los buzos “Sólo queremos trabajar”,  dice una estrofa.
“Estoy improvisando para que veas la verdad, mira como los buzos están pasando su calamidad, porque el público de aquí no los quieren ayudar y el síndico de aquí a todos los va a trancar”, dice Silvio de la Rosa en su rap improvisado.
La alegría que muestran, no obstante,  es una de las pocas cosas que aún no les arranca vivir en la inmundicia. Unos son desconfiados,  se niegan a hablar  cuando les solicitamos entrevistarlos; otros han perdido toda inocencia, piden dinero de entrada si queremos oír su testimonio.  Casi todos admiten que están armados.  Se justifican señalando que solo así pueden defender  las pilas de desechos que forman tras largas horas de trabajo. Esos montones de chatarras los defienden con su vida  y, por lo menos una vez, a uno le tocó pagar con ella.
Aseguran que nunca se han enfermado a consecuencia de los desechos con los que tienen contacto diariamente, a pesar de que compran su comida en dos cafeterías improvisadas que se encuentran dentro del mismo vertedero y comen sin importar la gran cantidad de moscas que vuelan a su alrededor ni el terrible mal olor al que ya están acostumbrados.
La mayoría de ellos no pasaron de la escuela primaria y las diversas necesidades que han enfrentado hicieron que estos jóvenes se reúnan debajo de un árbol de almendras a contarnos sus vivencias y todo lo que tienen que hacer para ganarse el pan de cada día. 
Qué los lleva a trabajar en la basura
Hasta hace dos años Macho González vivía en Baní pero, debido a que su madre se encontraba muy enferma, tuvo que venir a la Capital para ayudarla con sus cuidados.
Al llegar a la ciudad no encontraba trabajo, por lo que abandonó los estudios cuando apenas cursaba el quinto de la primaria y se dedicó a buscar metales en el depósito de desechos para comprar las medicinas que necesitaba su progenitora.
“Buscando para no meterme en cosas malas, para no robar, me gusta sudar y ganarme lo mío así”, dice con tristeza en sus ojos, destacando que aunque nadie quiere ser buzo, él tiene que hacerlo para no introducirse en el mundo de la delincuencia.
Vive en Mata de San Juan y va todos los días de 7:00 de la mañana a 5:00 de la tarde al vertedero, para obtener una ganancia de unos 1,000 pesos diarios los mejores días, aunque a veces tiene que irse para su casa con nada más que 100 pesos en sus bolsillos.
Sueños truncados 
Con el sueño de ser un famoso cantante, Silvio de la Rosa cuenta a ritmo de un improvisado rap que desde que tenía apenas 10 años ya se encontraba trabajando en este peligroso oficio.
A sus 18 años, el joven dice que todos ellos están pasando diferentes calamidades, porque no reciben ayuda de nadie que les ofrezca un camino diferente al que ya conocen.
Dentro de los riesgos a los que se tienen que enfrentar cada día, menciona que siempre tienen que estar armados porque si encuentran algún material valioso puede salir otro buzo y decir que le pertenece.
“Usted no va a querer que le quiten lo de usted, lo que Dios le dio y hay que defenderse, y si le diste a uno solo, salen como 15 a pelear”, destaca.
En cuanto a la salud, advierte que aunque se vean sanos todos están “muriéndose” por dentro.
Dejando la escuela atrás sin que nadie se entere
Escapándose de la escuela a la que asistía en Pantoja, Gerardo Batista, de 20 años, empezó a ir al depósito de desechos con unos amiguitos sin que sus padres lo notaran.
A partir de ahí, cuando cursaba el tercero de la primaria, se percató de que si se bañaba bien y utilizaba desodorantes y cremas,  la gente no se daba cuenta de que iba al vertedero a buscar dentro de la basura.
Sin embargo, éste buzo demostró ser más inteligente que los demás, en el sentido de que toma sus precauciones para protegerse de la suciedad de los desechos y de las enfermedades que esto pueda acarrear.
Utiliza tres pares de guantes desechables y luego un par de guantes de tela, los cuales cambia a diario para que el mal olor no se le quede en las manos.
Llega al vertedero con una ropa limpia puesta y se la quita para ponerse una que ya está sucia, a consecuencia de las largas jornadas de trabajo a las que está acostumbrado.
Indica que los días que le va bien, se gana por lo menos 500 pesos y los días que menos ganancias tiene se lleva a su casa entre 300 y  400 pesos.
Se limita a ir dos veces a la semana de 11:00 de la mañana hasta las 5:00 de la tarde, porque además labora en una metálica y a veces hace trabajos de construcción.
“Cuando no encuentro trabajo, yo vengo aquí para no estar sentado en mi casa haciendo nada”, dice mientras se prepara para empezar a laborar.
Metal: el material más codiciado
El metal, por ser uno de los materiales que más cuesta, es el más codiciado por los buzos y dentro del mismo vertedero hay quienes se los compran para venderlos a las empresas.
Franklin , de 19 años, es uno de los compradores de metal y dice que hace dos años se vio obligado a dejar la escuela en el octavo curso, donde estudiaba en Los Cazabes, por un inconveniente que tuvo con sus papeles.
Los metales los venden por kilogramos y los precios van desde 12 pesos el aluminio, 50 el bronce y el cobre a 80 pesos, para luego venderlos a otras empresas por libra.
A pesar de lo traumático que puede resultar este tipo de trabajo para muchas personas, ellos no se avergüenzan del oficio porque además de ser un trabajo honrado, los aleja de las calles y evita que se conviertan en delincuentes, al tiempo que les permite tener una vida decente y ayudar a sus familiares económicamente.

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