LA JOVEN MUJER DEJÓ EN LA ORFANDAD A DOS MENORES QUE AHORA VIVEN CON HERMANA
A Natasha Sing Germán, asesinada el 7 de abril por “error”, cuando se dirigía a su trabajo, le sobreviven dos hijos de 13 y 15 años, y su historia arroja datos reveladores de una persona a quien los hermanos y toda la familia amaban y que hoy recuerdan con devoción. En la intimidad los hermanos le decían “mana”, aprendió a leer a los tres años y, cuando el padre la añora, dice que llegaría muy lejos.
Su padre José Sing luce sereno y está confiado en el curso de la Justicia. Cuando tuvo la oportunidad de ver de cerca al asesino de su hija, no deseó nada, ni siquiera hablarle.
“Como es natural, se trata de una pérdida imprevista, la forma en que ocurrieron los hechos bastante dramática, estamos muy impactados”, dice Sing, quien además destaca que su hija no conocía a Suleika Flores Guzmán, a la que buscaba el gatillero maldito a la hora de cometer el crimen.
“Vivían cerca, en el mismo condominio, pero no se conocían, lo que había era coincidencias”, dice con serenidad, pero guardando en la mirada los residuos de un dolor indescifrable.
El encuentro con Sing ocurrió ayer a las 3:45 de la tarde en uno de los salones de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña. Es un hombre delgado, que trabaja como director de comunicación de la Dirección General de Programas Especiales de la Presidencia y que escucha con atención al periodista y reflexiona cada pregunta y cada respuesta.
“Ella vivía en un edificio detrás de donde residía Suleika, el balcón de la casa de mi hija estaba al este, creo y el de ella también, de modo que no se veía si el de ella estaba detrás; los vehículos la misma marca, el mismo color, las placas terminaban en el mismo número, 08, el pelo parecido, la edad más o menos la misma”, refiere.
Estima que esas eran las coincidencias, pero no se conocían. El hombre tiene una barba blanca y sus rasgos orientales de descendientes de chinos lo tornan calmado, sin ansiedades ni odios. Natasha Sing era muy independiente, continúa. Dejó a dos criaturas en la orfandad, una adolescente de 15 y un niño de 13 años, para quienes la muerte violenta y repentina de la madre ha sido algo muy impactante.
“Los ha afectado bastante, son niños, tienen una edad muy sensible”, explica.
Sin embargo, los familiares trabajan en facilitar las cosas y una de sus hijas, médica, tiene una hija y los cuatro se han integrado en un ambiente llevadero, según las circunstancias.
Incluso, los menores ya han retornado a la escuela y José Sing espera que el tiempo y Dios, puedan ayudarlos a sobrellevar mejor los acontecimientos que, de golpe y porrazo, cambiaron la vida de una familia que hasta el fatídico día, navegaban en un barco que iba viento en popa.
Al despojarse de la corbata, dice que el asesinato de su hija representa un cambio enorme “en nuestra forma de vida”. A Natasha la consideraban en la familia un modelo especial y ejemplo de sus cuatro hermanos, de los cuales era la segunda.
“Ella era a quien admiraban”, subraya. No era cosa nueva. Desde pequeña fue dando muestras de que era despierta, hábil, muy inteligente; apenas con tres años había aprendido a leer y escribir.
Estudió Administración de Empresas y había cursado una maestría en Administración Financiera.
“Tenía una capacidad y una inteligencia no muy comunes”, dice, exponiendo más sobre el valor de la joven mujer, de 32 años, a quien un sicario, por confusión, en una telaraña criminal que involucra a un abogado acusado de encubrimiento, su esposa, un gatillero, intermediarios y otros criminales, le quitó la vida.
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ASUMIENDO TEMPRANO FUNCIONES PÚBLICAS
Con 23 años, Natasha había sido hace pocos años directora de administración y finanzas del Programa Solidaridad, de manera interina y por poco tiempo. Y a la hora de su muerte trabajaba como encargada de nómina de un hospital nuevo, a petición del Ministerio de Salud Pública, con la promesa de que muy pronto sería ascendida a un puesto superior.
ASUMIENDO TEMPRANO FUNCIONES PÚBLICAS
Con 23 años, Natasha había sido hace pocos años directora de administración y finanzas del Programa Solidaridad, de manera interina y por poco tiempo. Y a la hora de su muerte trabajaba como encargada de nómina de un hospital nuevo, a petición del Ministerio de Salud Pública, con la promesa de que muy pronto sería ascendida a un puesto superior.
Sing no alberga odios ni prejuicios, tampoco, según expresó, ha sentido la necesidad de tomar la justicia por sus manos y concluyó diciendo que hasta el momento ha habido un buen trabajo de las autoridades de la Policía Nacional y de la Procuraduría de la provincia Santo Domingo.
“La Justicia actuará y estamos confiados en ello”, resaltó. José Sing sonríe, una sonrisa propia de su temperamento, pues, es notorio el hecho de que el asesinato de su hija, a manos de un despojo humano, ha devastado su ser.
“Era la niña entrañable de su madre. Era una joven laboriosa, era una verdadera luchadora que en el último momento estuvo tratando de sobrevivir”, afirma.
Dos días antes de la muerte de su hija había hablado con ella. Tenían que verse, porque la joven había concebido un proyecto del cual necesitaba su opinión.
Cierra los ojos para decir a su familia que “ahora lo que tenemos que hacer es que nuestros actos, nuestras vidas sean en honor a ella”.
Sobre los matadores y los que elaboraron la trama, los definió como personas mentalmente enfermas, “dementes” y lo lamentable es, continúa, que en la sociedad estas cosas están abundando.
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