AUNQUE SE ENCUADRA EN EL GÉNERO DE COMEDIA MUSICAL, ES TODO UN DRAMA MUSICAL DE UNA DUREZA IMPLACABLE EN CIERTOS MOMENTOS
Cuando vayan a ver esta película háganse un favor de entrada: no piensen en la obra de Víctor Hugo, en esa novela tan amplia, tan envolvente y formidable desde cualquier punto de vista que escribiera ese autor, porque se les vendría abajo lo que ven en ese instante: la pieza literaria es, como ya señalamos, demasiado amplia y profunda para una comedia musical.
Porque lo que ha hecho Tom Hooper apoyado en sus guionistas es tomar la historia de ese Jean Valjean preso de manera horripilante durante 19 años, su enfrentamiento con el maníaco de la Justicia, el Inspector Javert, la protección que hace de Fantine el primero y luego de su pequeña Cosette, para llevarnos al estallido romántico de Marius por esta última, todo ello dentro del marco imponente de las luchas populares en el París de las primeras décadas del siglo 19.
O sea, no hay una exposición ni un análisis de la continuidad de la Revolución Francesa ni nada por el estilo, sino una vibrante, sentida e impresionante historia de amor inserta en una aureola de extrema pobreza, hambre y muerte.
Desde ese punto de vista, esta cinta, aunque se encuadra en el género de comedia musical, es, como puede citarse también “West Side Story” y unas pocas más, todo un drama musical de una dureza implacable en ciertos momentos.
Siendo entonces lo dicho, es esa la razón por la cual, al contrario de la comedia musical tradicional (excelsa, buena o floja, eso no es lo que importa en este sucinto análisis), la formidable labor fotográfica de Danny Cohen se apega a esa característica temática y sus enfoques de la ciudad, sus barrios populares y la gente de esos lugares es plasmada con una absoluta ausencia de colores brillantes; antes bien, lo que sobresale, lo que se vislumbra durante sus algo más de dos horas y media son colores sepia, dentro y fuera de los escenarios, una ligera penumbra lo tiñe todo dando sentido de esa manera a la idea recurrente del sufrimiento perenne de la gente común, de lo sombrío y duro de su vida. La labor fotográfica es, entonces, congruente y excelente con lo expuesto.
Y esa labor de las imágenes se complementa de manera brillante con la edición, que nos lleva de una escena a otra, de una secuencia a otra con un perfecto sentido del ritmo, algo que, de no ser así, no tendría la muy necesaria adecuación con la música y con los versos de las canciones escritas por Alan Borbil y Claude-Michel Schonberg.
Podría decirse, con razón, que esas canciones no tienen la “pegada” de otras de musicales de gran categoría. Pero una cosa es que usted salga tarareando una canción como la “María” de West Side o la “Do re mi” de “Soud of music” y otra muy diferente es la calidad y la belleza musical de varias de las que se escuchan en “Les Misierables”, en especial aquellas que son cantadas en tríos o en conjunto, la canción que interpreta Fantine en la primera parte, etc. Y, por si acaso, como ya hemos escuchado algunos comentarios sobre la “pobreza” vocal de Javert, o sea, de Russell Crowe, habría que recalcar el hecho de que la comedia musical, en teatro o en cine, es un género que no se equipara desde el punto vocal con la ópera, con la Zarzuela y, ni siquiera, con la opereta norte americana de Roger y Hammerstein, por ejemplo, ni con la europea de Franz Lehar. Claro, no es que no se deba tener voz, sino que la caracterización del personaje tiene más importancia que en esos otros géneros, por lo cual no se precisa de un Pavarotti, una Callas u otros por el estilo. Crowe funciona porque la da sentido sicológico a su Javert, como funciona la Hathaway con su Fantine o Eddye Redmayne como Marius.
Todo esto para concluir con que nos parece una excelente “comedia musical” este film y, por supuesto, excelente como pieza del Sétimo Arte.
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